En
Las Guacamayas es en donde con más fuerza, con más
potencia y con mayor claridad escuché el rugido que me intrigaba.
Lo había escuchado por primera vez en Lacanjá-Chansayab
desde mi cabaña, y ahora lo escuchaba nuevamente estremecedor,
con furia y muy, muy cercano.
Guacamayas está en el corazón de la reserva de los
Montes Azules, y del otro lado del río que bordea este Centro
Turístico la selva es alta y espesa.
Diseñado
por el Gobierno del Estado y construido todo en madera de la región,
el Centro Turístico Las Guacamayas ubicado a unos 250 kilómetros
de Palenque y conectado por un sistema de ríos con el Centro
Ixcan, es una atractiva oferta turística que invita al descanso,
la reflexión y la lectura o al íntimo contacto con
la naturaleza.
Oriundos
de Oaxaca, los viejos líderes de la Comunidad y Socios de
la Cooperativa, Don Luis, Don Víctor, Don Germán,
Don Beto y Don Emilio me brindaron su amistad y con ella sus interesantes
relatos. El "Don" tiene el carácter de un título,
es como una categoría social que solo tienen estos cinco
singulares personajes y que les confiere un respeto especial entre
la comunidad.
Cuando
pregunté a Don Luis y a Don Víctor, si cuando llegaron
allí por primera vez, no sintieron miedo por el temible rugido,
este es el relato que escuché por respuesta:
Corría
el año de 1976, los jóvenes Luis, su hermano Beto,
Germán, el siempre alegre y dicharachero Emilio y Víctor
vivían con sus familias, casi todos recién casados
y algunos con hijos pequeños en Oaxaca, dedicados al trabajo
del campo y la ganadería en pequeña escala. Sus tierras,
productivas, limpias de maleza, y con grandes espacios verdes para
la pastura, eran por razones que desconozco, motivo de conflictos,
envidias y disputas con otros grupos vecinos.
Asusados por productores de enervantes, un grupo de campesinos irrumpieron
una noche de la primavera de 1976 en las tierras de Víctor
y Luis, amenazando con machetes con ocupar la tierra de manera indefinida.
No estaban al parecer, los ofensores de acuerdo con el reparto agrario
que les correspondía y se proponían hacer justicia
por propia mano.
Vinieron
días difíciles, amenazas de muerte y al parecer los
invasores contaban con algún apoyo oficial desconocido que
los hacía sentirse inmunes.
Echados
de sus tierras por la fuerza, tenían la disyuntiva de pelear
hasta la muerte e iniciar un conflicto de solución indefinida
o emprender la búsqueda de nuevas áreas para asentarse.
Alguien relacionado con el tema agrario les dijo que había
tierras en reparto en el Estado de Chiapas, si querían podría
hablar con su "contacto" un Teniente del ejercito retirado
y a cargo de este asunto en algún lugar de Chiapas.
Cinco
o seis familias que agrupaban a cuarenta personas iniciaron la aventura
que los llevaría a Chiapas. La cita era con el Teniente Carmona
en algún lugar denominado Playón Lindavista , a la
orilla de un río, al este de Chiapas, cerca de Comitán.
Iniciaron
el recorrido en un autobús destartalado fabricado en los
años sesentas con destino a Arriaga en la Costa de Chiapas,
de ahí continuarían a Tuxtla Gutiérrez y de
ahí la etapa final hasta Comitán, entonces estarían
cerca de la tierra prometida.
Al salir ,Magdalena tenía un embarazo ya avanzado que según
sus cálculos le permitiría hacer todo el viaje. Sin
embargo no fue así, antes de llegar a Comitán después
de varias pinchaduras y averías diversas del destartalado
transporte, los dolores se hicieron insoportables y el hijo de Germán
y Magdalena no esperaría más.
Asistida
por cobijas, trapos y elementos a su alcance, la suegra de Magdalena
tuvo que hacer de partera y atender a su nuera en la oscuridad de
una planicie cercana a Comitán.
Así nació el hijo de Germán y Magdalena en
medio de la travesía, sin que siquiera se imaginaran lo que
aún estaban por vivir.
La
carcacha llegó batallando hasta Flor de Café,
y esa fue su última parada pues se encontraron con una montaña
que sería imposible subir en el camión. El terreno
era agreste, habían dejado atrás los hermosos lagos
de Montebello que les habían maravillado, y estaban ahora
frente a una montaña sin más camino enfrente que la
selva.
En
este sitio, "Flor de Café", hay ahora un
moderno túnel que atraviesa aquella montaña que hace
treinta años cuarenta personas tuvieron que cruzar a pie
con niños, algunos ancianos y un bebé recién
nacido en brazos bajo los intensos rayos del sol de Chiapas y los
temores nocturnos de la selva.
Caminaron
cerca de 8 días hasta llegar a Ixcan. Allí se encontraron
con soldados del ejército mexicano, que les ofrecieron ayuda.
Les prepararon comida caliente, bebieron agua fresca y durmieron
en tiendas de campaña improvisadas bajo el resguardo de los
militares. Eran ya 10 días de viaje desde que dejaron Oaxaca.
La
mañana siguiente, cruzaron el río en tres balsas y
un kayuco. El kayuco se destinó a Magdalena, Germán
y el bebé a quien decidieron llamar Jesús, era sin
duda el Señor quien le había salvado la vida
Las
angostas balsas de madera se desplazaron lentamente por el río
durante varias horas, teniendo que soportar los ocupantes el sol,
los mosquitos y los temores de caer y perecer ahogados.
El
día 11 avistaron la tierra prometida. Después de aproximarse
a la costa unos dos kilómetros antes y descubrir que si existía
el sitio referido y que estaban a punto de llegar, no lo podían
creer, habían estado a punto varias veces de renunciar.
Ahí
estaba el Teniente retirado Carmona, originario del Distrito Federal
y "comisionado" por algún potentado en esa zona.
Por aquellos años, había en el País, varios
militares de alto rango "jubilados", que vivían
atormentados y perseguidos en las noches por los muertos de Tlatelolco
(1968). Protegidos muchos, por los altos mandos de la Secretaría
de la Defensa y por el propio Echeverría, gozaban de prebendas
y distinciones.
Este
teniente era como un Administrador de la tierra en esta zona que
otorgaba derechos y concesiones, organizaba juntas ejidales y mandaba
como si fuera dueño de toda la tierra. Alguien, desconocido,
desde el centro le concedía poder e inmunidad.
Esta
tierra ofrecida al grupo de Oaxaca estaba en principio asignada
a un grupo de "ejidatarios" del Estado de México,
que la habían solicitado y se les había concedido,
pero por alguna extraña razón nunca llegaron a reclamarla.
La
primera noche en el Playón Lindavista, después de
la larga navegación en Balsas, el grupo se disponía
a descansar cuando escucharon el potente rugido de la Selva. Era
una fiera sin duda y sonaba poderosa. Su repetido sonido se escuchaba
muy cerca y parecía que provenía de una bestia enfurecida.
Los
hombres mandaron a las mujeres y los niños a dormir en las
tiendas. Ellos se armaron con machetes e incluso contaban con una
vieja pistola. Encendieron antorchas y se dispusieron a esperar
a la bestia.
Carmona se aproximó a ellos como a las 05:00 am, militar
que era, madrugaba, y los vió encuclillados junto al río,
armados hasta los dientes.
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