Habreís
notado mis ocho lectores que mis últimas entregas han
sido dedicadas a una historia en Chiapas que casi parece novela,
y es que eso es, una novela o un intento de eso, que forma
parte de mi libro "Chiapas, nuestra África",
no publicado aún y que espera alguna oportunidad para
ello.
Mientras tanto, me he permitido empezar a entregarles algunos
capítulos comenzando con "un Lacandón rubio",
del que espero hayais leído las dos primeras partes.
Aquí va pues sin más preámbulos la tercera
parte y sigo enviando
Al llegar a México, Marijke se había enterado
por el periódico, acerca del movimiento que jóvenes
estudiantes habían emprendido para manifestarse en
contra del Gobierno del entonces Presidente Gustavo Díaz
Ordaz; aventurera e inquieta como era, le había hecho
prometer a Nick, que al regreso de Chiapas se quedarían
unos días en la ciudad para entender mejor aquel movimiento,
a lo cual accedió él ante el insoslayable incentivo
de poder fotografiar aquello. El plan era visitar Palenque,
adentrarse en la Selva Lacandona y conocer aquella comunidad
indígena, estudiarla, tomar notas y al cabo de dos
semanas regresar a la Ciudad de México para estar una
semana más y volver a Ámsterdam en un viaje
de 25 días aproximadamente en una combinación
perfecta de Investigación, Vacaciones y algo de romance
que al parecer había empezado a consolidarse semanas
atrás en Holanda.
Marijke se aproximó a Nick para preguntarle si se encontraba
bien después del accidente en el río al tiempo
que trataba de revisarle la herida en la cabeza, el fotógrafo
dio muestras de sentirse bien con lo cual los Lacandones varones
hicieron señas para emprender el camino. Iban por la
vereda los dos hombres indígenas al frente, seguidos
de las dos jóvenes lacandonas y en la retaguardia cargando
sus mochilas Nick y Marijke.
La vegetación era exuberante, la selva espesa, el sonido
de aves e insectos era incesante acompañado del rugido
del Mono Aullador, el sarahuato; el calor de agosto intenso
y la humedad sofocante, pero los deseos de aventura, de investigación
y de conocer esta cultura eran mayores en la pareja de Holandeses
que seguían en su caminata disciplinadamente a los
Lacandones que de buenas a primeras eran ya sus guías
y de algún modo sus anfitriones.
Así caminaron por cerca de una hora bajo el intenso
sol de la selva de Chiapas hasta llegar a lo que parecía
una comunidad indígena instalada a la orilla de un
río, el mismo río Lacantún y en la que
se veía todo muy organizado, muy en su sitio.
Al acercarse a las chozas de madera salió al paso un
hombre anciano que llevaba un bastón y a quien parecieron
darle muchas explicaciones los dos hombres lacandones que
lideraban la expedición y quienes a una seña
de él se marcharon, de manera que se quedaron solo
Nick, Marijke, Paulina, su joven acompañante y el anciano,
en lo que parecía la entrada de la comunidad debajo
de un gran árbol.
A la recepción del anciano siguieron las tortillas
hechas a mano, el agua de frutas locales y el descanso en
hamaca bajo la sombra de los árboles.
En México el ambiente político social era tenso,
y el movimiento estudiantil empezaba a cobrar dimensiones
insospechadas; agosto del 68 se recuerda como un mes extremadamente
tenso en el que los ánimos comenzaban a desbordarse.
Los editoriales clandestinos abundaban y la represión
era notoria.
En la selva de Chiapas se respiraba calma y los jóvenes
holandeses no sospechaban siquiera lo que venía en
el País.
Al cabo de una semana, Marijke y Nick se habían adaptado
a los usos y costumbres de la comunidad. Nick había
tomado cientos de fotografías y Marijke se había
fascinado observando el comportamiento de los hombres y mujeres
Lacandones, al tiempo que disfrutaban de la naturaleza, el
clima y los sonidos de la selva.
Durmieron durante varios días en la misma choza que
sus anfitriones y en ocasiones compartieron la hamaca con
los niños de la aldea, quienes se fascinaban con admirar
sus rostros anglosajones.
Una noche alrededor del fuego, Paulina invitó a Nick
a contemplar las estrellas. Lo levantó de su sitio
en la fogata y luego lo llevó de la mano hasta el punto
bajo los árboles en donde mejor se apreciaban las constelaciones
con la idea de que quizá el joven rubio las pudiera
fotografiar en vista de que todo lo que le parecía
hermoso lo captaba con su máquina.
Al apartarse de la choza, tomado de la mano de Paulina, Nick
sintió la misma sensación del primer día,
una enorme e inexplicable atracción hacia aquella belleza
indígena. Su mórbida atracción y la curiosidad
por lo que habría de mostrarle lo condujeron sin chistar
hasta aquel lugar que parecía mágico bajo la
luz de la luna, mientras la joven Marijke retozaba con los
chiquillos lacandones en el interior de la choza de madera
en la que los viejos comían tortillas con fríjol
a la luz del fuego.
Al contemplar la luz de la luna y el brillo de las estrellas,
los hermosos ojos negros de Paulina lanzaron un destello que
a Nick le pareció mágico y lo dejó paralizado.
Le pareció entonces que sentía un enorme deseo
por aproximarse a ella pero al mismo tiempo no se atrevía.
Paulina le hizo fácil la tarea, repentinamente se aproximó
a el como si estuviera adivinando sus pensamientos, dejando
entre ellos una mínima distancia que solo el instinto
humano haría reducir.
Nick la tomó por los hombros primero, luego acarició
su barbilla haciendo que ella lo mirara girando lentamente
la cabeza hacia el. Se miraron profundamente por unos segundos
que parecieron horas hasta que el rubio holandés aproximó
sus labios hacia los de la hermosa Lacandona y la besó
primero tiernamente y luego apasionadamente.
Inmediatamente después, además del silencio
hubo temor, remordimiento y vergüenza entre ambos, Paulina
se ruborizó y Nick no sabía hacia donde debía
mirar. Pero la pasión y el encanto natural entre macho
y hembra había hecho su aparición. Ambos se
deseaban desde el primer día.
Nick tomó ambas manos de Paulina y le dijo en su español
con acento "me gusta mucho", ella entendió
pero no contestó, solo lo miró fijamente como
esperando una continuación
entonces Nick comenzó
a acariciar su rostro suave y tiernamente mientras ella lo
permitía temblando. Luego la tomó por la cintura
y la acercó hasta su pecho apretándola poco
a poco para volver a besarla lentamente. Mientras la besaba
fue deslizando su blusa de manta debajo de los hombros morenos
de la chica indígena hasta finalmente descubrir sus
senos. El era cuidadoso y romántico, ella temblaba
y se excitaba a cada caricia.
Repentinamente ella tomó una iniciativa, lo tomó
de la mano y lo jaló hasta un sitio detrás de
algunos árboles como queriendo ocultarse de la luz
del fuego que provenía de las cabañas a lo lejos.
El nuevo sitio pareció darle confianza a Paulina quien
se entregó nuevamente en los brazos de Nick que la
besó apasionadamente mientras ambos se acariciaban
con el deseo que desde el inicio habían sentido pero
que habían disimulado.
Lentamente se recostaron en el césped bajo la luna
de agosto y con pasión pero con ternura, como si se
conocieran como pareja, hicieron el amor en la oscuridad de
la Selva Lacandona de Chiapas.
Al despertar por la mañana en su hamaca, Nick notó
que Marijke no estaba en la choza, y salió a buscarla.
Marijke había caminado hasta la orilla del río
en donde mojaba los pies bajo la cálida mañana,
pensativa, contemplando la naturaleza y reflexionando sobre
lo que quizá ella adivinó desde el principio,
Nick estaba cautivado por la belleza de la indígena.
Al llegar hasta la misma orilla, Nick tomó un par de
fotografías antes de que Marijke lo mirara a los ojos
y le dijera: " Es tiempo de marcharnos"
Aunque él sabía a que se refería la joven
antropóloga, preguntó: "Que quieres decir"
?
- nos vamos a casa, dijo ella
Después de un largo silencio Nick dijo:
- no todavía, hay mucho que ver aún
- quizá para ti, dijo Marijke, yo ya he visto lo que
tenía que ver
Se puso de pie y caminó con firmeza de regreso a la
aldea, dejando atrás a Nick.
Un par de días después Marijke se marchó
de la aldea sin que Nick pudiera convencerla de quedarse y
sin que él hiciera mayores intentos por acompañarla.
Un par de Lacandones jóvenes la acompañarían
hasta el primer campamento en donde pasaría una noche
más para finalmente emprender el camino hacia Palenque,
de aquel sitio a Villahermosa y de allí a la Ciudad
de México en avión.
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Chiapas, favor de dirigirlo a: sgrubiera@acticonsultores.com
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