Bernal
jugaba con su caracola frente a la orilla del mar; acumulaba cocos
que caían de las palmeras, para luego llevárselos
a su mamá quien siempre los recibía contenta.
Los días transcurrían placidamente en la isla, rodeados
de palmeras, arenas blancas bañadas por el mar azul turquesa
y lo único que eventualmente perturbaba la paz eran los chubascos,
que en la segunda parte del año arreciaban, y más
aún entrada esa epoca de ventarrones que parecía arrancarían
a las palmeras de su sitio.
Bernal y su madre vivían en la isla que solo era habitada
por ellos, que esperaban afanosos el regreso del padre de Bernal,
que había ido ya hacía tres meses en busca de algunos
contactos para hacer algún negocio, concepto que no comprendía
el pequeño Bernal, y por unos pescadores que entre otros
oficios eran encargados de cuidar del Faro.
Al paso del tiempo, el padre de Bernal de origen español
regresó a la Isla y luego de unos días la abandonaron
dejando atrás a los pescadores; Bernal dejó con tristeza
sus troncos, sus cocos, su querida caracola y todos sus escondites,
para ir con sus padres a un mundo que no alcanzaba a comprender
entonces.
Veinte años después el joven Bernal era todo un arquitecto
y fue invitado entonces por un grupo de banqueros e inversionistas
a trabajar en el desarrollo de lo que prometía ser el más
exitoso y sofisticado destino turístico de categoría
internacional.
Al bajar de la avioneta acompañado de importantes funcionarios,
Bernal sintió escalofríos al entrar en contacto con
algo que le parecía familiar, era como un sueño, como
algo ya vivido, algo que simplemente no podía expresar.
El recorrido por el sitio le parecía cada vez más
familiar, hasta llegar a un punto, en el que los recuerdos y las
vivencias estaban frescas en su mente, era el sitio en donde había
jugado de pequeño con su caracola, estaba clarísimo,
era el mismo sitio. Palmeras, arena blanca, y una espesa selva próxima
al mar azul turquesa.
En ese momento sus acompañantes interrumpieron sus pensamientos;
"que te parece Bernal, no es una maravilla " ?..
- Si claro, es fenomenal ¡!
- Bueno pues ahí donde ves la selva estará el Campo
de Golf.
Bernal había recordado durante mucho tiempo, mientras estuvo
en la escuela y cuando creció en la Ciudad, aquel sitio en
donde había crecido, en donde fue tan feliz y al que nunca
volvió. Siempro quiso verlo aunque fuera en fotografía,
pero solo era un recuerdo en su mente.
Esa mañana todo cambió para Bernal, además
le ofrecían un jugoso contrato como arquitecto en la planificación
de lo que sería aquel destino turístico tan prometedor.
Bernal tuvo oportunidad años después, de visitar un
par de veces el Campo de Golf, en el cual participó parcialmente
en su diseño y pudo atestiguar con cierta nostalgia por una
parte, el crecimiento de aquella Isla de su niñez, y por
otra con cierto orgullo al sentirse partícipe de aquel desarrollo.
Han pasado los años, Bernal hoy tiene 62 años, y ha
sido invitado por sus hijos a pasar una semana de vacaciones en
un lugar formidable.
Le ha costado trabajo tomar la decisión de dejar sus libros,
su charla semanal en la Universidad con alumnos y profesores de
arquitectura, su café del miércoles con sus amigos
y algunas otras rutinas, para aceptar venir con sus hijos a un sitio
que le han prometido es ideal para su retiro.
Es una sorpresa, le dijeron, te va a encantar y no le dieron más
datos hasta llegar al aeropuerto en donde supo que volaba a aquella
Isla.
Desde el avión se vislumbraba el "maravilloso"
sitio descrito por sus hijos, lleno de altos edificios todos a la
orilla del mar, se veían cientos de albercas desde el aire
y algunos puentes viales que atravesaban lo que fuera la isla, ahora
unida al continente por modernos puentes.
Fue triste ver la transformación, pero algo le alegraba en
su interior, podría visitar el Campo de Golf, y ahí
le contaría a sus hijos y nietos la historia de su niñez
y podría desde luego alardear un poco acerca de su participación
en aquel desarrollo alguna vez en su juventud.
Apenas dejaron las maletas en el lujoso condominio y se apresuraron
por el boulevard en medio del tránsito para conocer el Campo
de Golf. El taxista se enfiló casi a las afueras de la Isla
y Bernal con toda autoridad lo cuestionó; a donde se dirije
¿?, vamos al campo de Golf, le hemos dicho, a lo que el taxista
respondió:
- Si señor, allá los llevo.
- NO, este no es el camino, el Campo de Golf, queda aquí
justo en el centro de la Isla.
- Mire señor, para empezar esta no es una isla, y el campo
de golf se vendió hace muchos años, ahora es un complejo
maravilloso y moderno.
Lo ves Papá, te dije que te iba a encantar, exclamó
su hija.
Bernal solo asintió con la cabeza mientras se limpiaba un
par de discretas lágrimas.
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