Recuerdo que durante algún tiempo en mis conferencias por Latinoamérica, así como en diversas universidades de nuestro País, comentaba con orgullo que México se ubicaba en el “Top Ten” del turismo. Estar en la lista de los primeros diez receptores de turismo del mundo era sin duda un honor, un orgullo y un privilegio.
Claro, eventualmente había que reconocer también que habíamos descendido del lugar 8 al 10, pero qué importaba si estábamos aún dentro del privilegiado “Top Ten”, al que ningún país de Latinoamérica ha logrado llegar aún
Lo que ocurre es que el descenso continuó y en solo seis años pasamos del 8º lugar hasta el 13º en el 2012 y hoy queridos lectores estamos ocupando ya muy honrosamente la posición quince donde nos quedaremos por un rato.
Supuestamente México es una potencia turística, y tiene todo por ofrecer, pero si descendemos drásticamente en el ranking internacional y si Ucrania, Tailandia, Austria y Rusia, entre otros, crecen más que nosotros, significa sin lugar a dudas que algo estamos haciendo mal, ¿o no ? y si además resulta que en niveles de gasto de los turistas , estamos debajo del lugar 25, el tema es entonces de preocuparse.
Claro que quien revisa solo los números alegres de Quintana Roo y particularmente los de Cancún y la Riviera Maya pudiera pensar entonces que estamos en jauja, que no se refiere a la pequeña localidad en el municipio de Tlahualilo en el Estado de Durango que cuenta con mil habitantes, ni a los helados artesanales de la Patagonia, que también son jauja, sino al estado de abundancia y riqueza que en teoría nos proporciona la actividad turística con su derrama económica y su generación de empleos.
Tenemos muchos turistas sí, pero gastan poco. Recibimos algo más de 23 millones de ellos en todo el País, pero su estancia promedio es muy corta; tenemos una tremenda oferta hotelera pero con tarifas bajas, raquíticas diría en casi toda la provincia Mexicana; enorme, tradicional, ancestral y patrimonial gastronomía y arte culinario a lo largo y ancho del País, pero que tristemente muy poco de ello se traduce en mejor calidad de vida para muchos mexicanos.
¿Qué estamos haciendo mal entonces en el turismo?.... Porque la cantaleta de que tenemos de todo ya es tonada vieja, ya es discurso desgastado. No existe foro, taller de trabajo, junta de planeación estratégica, o similar, en la que no se escuche a más de un orador elocuente que nos recite toda la pléyade de bellezas, riquezas de todo tipo, desde las históricas y culturales hasta las de recursos y atractivos con que cuenta este querido México, sin contar con las trilladas peroratas que siempre enmarcan a los “mares, ríos, montañas, playas, valles y lagunas” y que al paso de tanto repetirlo suenan ya hasta poéticas, rítmicas y musicales. Pero, y ¿qué estamos haciendo mal?.. porque sin duda algo falla, sino porque descender peldaños cuando otros los escalan.
Lo que ocurre según este humilde observador, es que no contamos con una política turística, que no contamos con un escenario de fomento a la inversión, que no existe ni por asomo, la más remota voluntad de legislar para el turismo, y si contamos por el contrario con tremendas barreras y obstáculos que inhiben la inversión y el cotidiano quehacer turístico. No existe una sola ley que aliente, que incentive y que fomente la inversión para desarrollar nuevos productos turísticos segmentados.
Ya hemos dicho antes en este espacio que si que se dan grandes inversiones que provienen de aquellos grandes empresarios que con visión y entusiasmo ponen sus capitales a trabajar en esta actividad económica que es el turismo, pero que tienen que hacerlo prácticamente solos sin contar con estímulos oficiales.
Por otra parte la inversión y el desarrollo de productos está solo limitado a grandes capitales al no existir esquemas de fomento para micro y pequeños empresarios.
Es mentira que existan esquemas desde la Secretaría de Economía, toda vez que son muy limitados, muy burocráticos, inaccesibles y terriblemente mal difundidos.
Pero más allá de los esquemas de fomento y de la no existencia de leyes que incentiven la actividad, existen sobretodo infranqueables barreras que obstaculizan día con día la actividad y la operación turística, con poquísima voluntad por parte del sector oficial en lo general por derribarlas.
Claro que existen honrosas excepciones, funcionarios hábiles, decididos, entusiastas y comprometidos que ponen todo su empeño en su gestión y que coadyuvan de manera importante desde su trinchera con el desarrollo turístico, pero son casos aislados que suman poco al escenario global al no existir una política turística clara y definida, ni tampoco hay “línea”, para decirlo en términos políticos para eliminar las barreras. En ese escenario, muchas veces queda en buena intención solamente.
Las barreras, muchas, largamente repetidas en foros de consulta, conferencias, talleres de discusión, así como en sentidos y bien formulados escritos dirigidos a todos los niveles de gobierno, en todos los ámbitos y en todos los tonos. Común el tema en casi toda Latinoamérica y muy comunes también las barreras y los síntomas del enfermo.
La respuesta casi siempre son las alegres cifras. La alegría estadística y comparativa pareciera el común denominador de los disertantes cuando se quieren disfrazar otras sensibles carencias.
Es triste reconocerlo, pero aún con las eventualmente positivas cifras, el rumbo pareciera no ser el adecuado. No todo se resuelve con promoción.
Nos urge que el turismo sea un prioridad de estado en la práctica, en los hechos y no solo en el discurso, nos urge una verdadera transversalidad del turismo pero en el campo de acción no en la práctica discursiva, nos urge que alguien se entere de que se trata este negocio
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